Eva (nombre ficticio) fue una clienta que me vino a ver porque quería librarse de las digestiones pesadas que le provocaban somnolencia después de comer. Mediante un proceso de coaching descubrimos que para ella la sensación normal después de una comida era la de encontrarse llenísima, incapaz de hacer nada que no fuese estirarse mínimo treinta minutos en el sofá. También salió a la luz que normalmente Eva comía y cenaba sola, muchas veces con prisas y, además, delante del televisor. ¡Normal que quedase en ese estado de empacho!
Una de las consecuencias más habituales al comer sin prestar atención, por estrés, cansancio o desconexión, es comer más de lo habitual. Si a esto le añadimos hacerlo deprisa, sin masticar ni respirar adecuadamente, tenemos la indigestión servida.
En el caso de Eva tuvimos que trabajar varios aspectos. Observamos para qué comía tan rápido, qué buscaba al empacharse, reeducamos su hábito para sentir cuando empezaba a estar llena y parar, mejoramos la puesta en escena de las comidas sirviéndose en un plato bonito y más pequeño, buscar el disfrute en compartir comidas con compañeros de trabajo y aprender a espirar pausadamente entre bocado y bocado. En pocas semanas Eva experimentó lo que yo llamo “la alegría de quedarse medio llena”, recuperó energía y bajó de peso sin esfuerzo alguno.
Y ahora te voy a contar mi propia historia porque quizás te sientas identificada con ella…
A veces me preguntan si sufro alguna “secuela” de mis años más autodestructivos y de cuando sufría una mala relación con la comida. A parte de alguna secuela física hay algo que sí se ha quedado en mi y que lo considero muy positivo.
Cuando estaba en plena crisis con los trastornos de alimentación había algo que detestaba profundamente y que me desencadenaba muchos pensamientos negativos y, por lo tanto, acto seguido, unos comportamientos destructivos y muy dañinos. Cuando comía y me sentía demasiado llena y, por lo tanto, hinchada, después tenía tan malas digestiones que me sentía deprimida y sin ganas de hacer nada y sólo quería estar a solas. Al sentirme tan mal, después me fustigaba y me culpabilizaba por haber comido demasiado, por no haber sabido parar de comer cuando ya no me apetecía más, y entraba en una espiral tan negativa que no podía salir de ella hasta que no compensaba esa sensación con horas y horas sin comer para volver a notarme el estómago vacío y con ganas de llenarlo.
Pero a medida que pasaron los años y fui sanando mi relación con la comida por un lado aprendí a detectar la sensación de saciedad y permitirme parar de comer si lo necesito, y por otro lado, y más importante aún para mi, aprendí a no sentirme culpable si no lo había conseguido, a respirar, a tomar conciencia del momento presente del acto de comer, y a soltar la idea de que sentirme llena era lo mismo que estar gorda. Pero también aprendí algo muy diferente y es lo que hoy en día se ha quedado en mi: la alegría de quedarme medio llena. Es decir, ahora puedo experimentar y detectar fácilmente que cuando hago una comida saludable, energética y nutritiva fácil de digerir, y en la que he sabido parar de comer antes de llegar a sentirme incómoda, después me siento mucho más feliz porque tengo energía, estoy de buen humor, me apetece pasear o seguir trabajando y siento que he conseguido estar presente mientras comía y dejar atrás las obligaciones o imposiciones que tenía de pequeña respecto a que no podía quedarse nada de comida en el plato, aunque me sentara mal. El primer paso en este proceso fue corregir esto, es decir, aprender a parar sin sentir la obligación que debía comérmelo todo. Pero al principio, cuando por alguna razón algún día comía demasiado o la receta no me había sentado bien y me había provocado una mala digestión, me sentía culpable y me echaba en cara a mi misma no haber hecho otra elección en el restaurante o no haber parado de comer en el momento justo. Y lo peor fue cuando después de haber hecho mucho trabajo personal para superar esto tuve atracones con la alimentación y sentí que todo se desmoronaba y volvía la culpa por comer de manera compulsiva. Me parecía imposible poder salir de ese bache, pero lo conseguí con mucha terapia, observación, autoconocimiento, aceptación y perdón. Y regresé a la alegría de estar medio llena más saludable que nunca para poder por fin decir que me he liberado del sentimiento de culpabilidad entorno a la alimentación. He conseguido algo que para mi era el mayor de los retos en los que me he enfrentado en mi vida: liberarme de la culpa. Pero el regalo más grande que me llevo de todo esto es que ahora siempre celebro la alegría de estar medio llena, porque incluso los días en los que me siento demasiado llena agradezco que ya no me juzgo, no me critico, no me castigo, no me culpabilizo y simplemente observo el momento con curiosidad, con amabilidad, abrazo la sensación y la acepto.
3 comentarios
Hola Francisca,
Para personas en paro o con dificultades económicas ofrecemos posibilidades. Si quieres mándanos un email y lo vemos, ok?
Un abrazo,
Nuria
Hola ???? Nuria !
Muchas gracias por tu artículo»la alegría de estar medio llena» el cual me ha dado el impulso de empezar a manejar ese tema que tanta culpa y angustia genera.
Te sigo desde hace tiempo en tus siempre excelentes notas.
Un abrazo
Amancay Antonetti
Muchísimas gracias! Me alegro que te haya sido útil 🙂
Un fuerte abrazo,
Nuria