¿Sabes qué es el Mindful Eating?

Mindful Eating significa alimentarse con conciencia. Pero vamos a desarrollar más este concepto, porque a pesar de que suena muy bien, sabes ¿qué implica exactamente? ¿Qué significa alimentarse? De hecho, en realidad, en mi opinión, no debería llamarse “alimentarse con conciencia plena” sino “nutrirse con conciencia plena”. Y hago esta apreciación porque alimentarse y nutrirse no significa lo mismo, y lo que hacemos cuando incluimos el Mindful Eating en nuestra vida es nutrirnos, no alimentarnos. Alimentarse es simplemente la acción de ingerir alimentos para sobrevivir, mientras que nutrirse va mucho más allá y es el proceso biológico por el cual nuestro organismo obtiene todos los micro y macronutrientes necesarios para el correcto funcionamiento de todo nuestro organismo.

El Mindful Eating para mi es un estilo de vida, porque no sólo implica ser conscientes de lo que comemos y estar presentes justo en el momento en el que lo hacemos, sino que se extiende incluso a antes y después del acto de comer. Lo cierto es que las personas que practicamos el Mindful Eating tenemos unos hábitos entorno a la alimentación enfocados también a prestar mucha atención a lo que compramos de comida, cómo la elaboramos, cómo nos sentimos física y emocionalmente antes y después de comer, a saber qué le sienta mejor a nuestro cuerpo para poderle dar en cada momento aquello que necesita, a conectarnos con la sensación de saciedad y de hambre para saber parar o pedir alimento, y a aprender a escoger aquello que realmente nutre el cuerpo físico y que a la vez satisfaga nuestro cuerpo emocional para que cuerpo – mente – espíritu estén alineados.

He preparado un decálogo con los 10 puntos que para mi son importantes en el Mindful Eating:

1. Cuando voy a comprar: leo las etiquetas para evitar consumir ingredientes que no nutren, que no apoyan la sostenibilidad del planeta y que se alejan de todo lo que es natural y beneficioso para todos –nuestra salud, la ecología, el medioambiente, etc-.

2. Cocino disfrutando del momento de elaborar la receta, casi como un momento espiritual de conexión con la energía que queremos dar a la receta. Si no estoy de buen humor o vibro en una energía baja evito cocinar o antes hago algo para cambiar mi vibración para no transmitirla a los alimentos y que luego me sienta mal también por comer con una actitud de desamor.

3. Elaboro los platos siguiendo mi intuición y la lógica que he ido desarrollando a lo largo de la experiencia de alimentarme con conciencia, sin seguir modas, dietas específicas ni teorías de otros.

4. Como en un espacio agradable, me siento en una silla cómoda y, aunque me lleve un tupper con la comida, siempre que puedo traspaso su contenido a un plato bonito. Además, evito comer junto con personas o en lugares que me generan malestar y tensión.

5. Mastico bien los alimentos, ya que en ese momento es cuando empieza la digestión. Desde que practico el arte de masticar mis digestiones son ligeras, y pocas cosas hay que me hagan más feliz que comer un plato delicioso bien digerido.

6. Entre bocado y bocado respiro tranquilamente de forma natural, para no comer con ansiedad, demasiado deprisa y tragando aire. Tampoco hace falta hacerlo de manera artificial y forzada, es algo natural, dinámico y armonioso.

7. Presto atención a los sabores de los alimentos, a su textura, a cómo se transforman en líquido en mi boca, a cómo se mezclan los sabores y, por supuesto, a cómo le sientan a mi cuerpo, es decir, si siento pesadez o ligereza, cuanta energía tengo después de comer, etc.

8. Dejo de comer cuando empiezo a estar llena, intentando no llegar a un estado de pesadez o hinchazón. Este punto es uno de los que más me costó, primero porque en mi familia siempre hubo la obligación de terminarse el plato, y segundo porque a raíz de mis ingresos en hospitales hace años donde me prohibían dejar comida tenía unas creencias limitadores y unos hábitos tan arraigados que no me fue fácil desprogramarlos y aprender a que no hay nada de malo, al contrario, por dejar comida si noto que me va a sentar mal. La comida que dejo no la tiro nunca, la guardo para otro momento o para el próximo día.

9. Tomo el acto de comer como una señal para darme cuenta cómo estoy en otros aspectos de mi vida. Por ejemplo, puedo observar algunas veces que tengo más ansiedad por alimentos dulces o crujientes, o quizás en otros momentos de mi vida llego a la hora de comer con mucho estrés. Es decir, me sirve como oportunidad para observar aspectos más internos, como pensamientos, qué me está provocando ilusión o desesperación, si estoy en un momento de felicidad o en su búsqueda, etc.

10. No me juzgo por cómo estoy comiendo o cómo lo he hecho. Cambio la culpa y el autojuicio por la curiosidad y la observación; con la finalidad de aprender y coger cada vez más herramientas que me sirvan para estar plenamente presente. Este punto tampoco fue nada fácil de integrar, ya que la culpa me acompañó durante muchos años de mi vida, pero como intuía que liberarme de ella valía la pena fui a por este reto… ¡y ha valido mucho la pena!

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