La nutrición es una fuente de energía indispensable para la supervivencia y la salud. Pero son los alimentos primarios, o fuentes no alimentarias de nutrición, los que nos satisfacen emocionalmente y nos hacen sentir bienestar y felicidad. Dentro de los alimentos primarios, que son aquellos que van mucho más allá de lo que ponemos en nuestro plato, hay cuatro grandes grupos o aspectos a destacar:
- Tener una profesión inspiradora. ¿Tu trabajo está alineado con tu propósito? Hay algo que deseas cambiar? Tu profesión está sumando en tu vida?
- Vivir relaciones honestas y abiertas desde el amor. No sólo las relaciones con los demás, también contigo mismo.
- Seguir una actividad física regular. Puede ser andar cada día 30 minutos o una hora, ir al gimnasio, practicar yoga, senderismo, etc., lo que más te guste y se ajuste a tu vida.
- Desarrollar una práctica espiritual significativa. No hace falta seguir una religión ni rezar, puede ser estar un rato en silencio, observar las estrellas, hacer meditaciones guiadas, relajarte bajo la ducha, etc.
Mientras más alimentos primarios consumimos y más balanceados tenemos todos estos aspectos de nuestra vida, menos dependemos de los alimentos secundarios, más nos desapegamos de falsos alimentos adictivos y nos liberamos de la relación con la comida basada en el castigo, el premio, la recompensa, la huida o la evasión. Y por el contrario, cuanto más nos llenamos de alimentos secundarios para tapar emociones o para desestresarnos, por ejemplo, sobretodo si son falsos alimentos procesados y desnaturalizados, menos espacio dejamos para los alimentos primarios, que son nuestra verdadera fuente de bienestar.
De hecho, ¿sabías que muchas religiones y culturas practican el ayuno para reducir el consumo de alimentos secundarios y así abrir canales para recibir una mayor cantidad de alimentos primarios?
De niños todos vivíamos en la onda de los alimentos primarios. Seguro que puedes recordar alguna situación parecida a esta… Tú con tus amigos jugando en el parque, y a la hora de comer, tu madre te llama diciendo: «¡Es hora de comer!» Tu rápidamente respondes:»¡No mamá! No tengo hambre todavía». Una vez sentado en la mesa tu madre se asegura de que no dejas ni un bocado, obligándote a comer. Tu, de mala gana, te esfuerzas en comer lo mínimo y te muestras ansioso por volver a salir a jugar. Al final del día, regresabas a casa tan exhausto y satisfecho que te hubieras ido a dormir sin ni siquiera pensar en la cena.
Seguro que te has fijado también que cuando nos enamoramos perdemos el hambre y parece que nos podemos alimentar de la pura felicidad y la paz en la que vivimos. Cuando empezamos una relación y perdemos el mundo de vista gracias al enamoramiento somos capaces de pasar horas abrazados, paseando, hablando, haciendo el amor… sin mirar el reloj, sin pensar en la comida y sintiéndonos totalmente llenos de amor, como si estuviéramos muy bien nutridos desde dentro hacia fuera. La comida pasa totalmente a un segundo plano.
A veces también podemos estar tan inmersos en un trabajo que nos apasiona que se nos pasan las horas sin darnos cuenta que aún no hemos comido nada. El tiempo se detiene, el mundo exterior sencillamente desaparece y sólo muy tarde nos acordamos de repente de comer.
Y cuando viajamos, por ejemplo, nos relajamos y no pensamos en qué vamos a comer ni a qué hora, y nos dejamos ir por la situación, por el simple felicidad de disfrutar de un paisaje, de no sentir el estrés, y de estar en buena compañía de manera relajada.
En cambio, todos podemos recordar algún momento en el que hemos estado deprimidos, o en los que hemos experimentado una baja autoestima, inseguridad, miedo, culpa, desamor… En estos momento de hambre de amor ninguna cantidad de comida secundaria ha podido satisfacernos. No importa lo mucho que comiéramos, nunca nos sentíamos saciados.
Y tú, ¿de qué tienes hambre? ¿Cómo vas a saciarla?